
Héctor Soibelzon vio nervioso su computadora cuando la Policía Bonaerense derribó su puerta ese fin de semana en su casa de La Plata. La Justicia de la capital provincial había recibido una alerta del sistema NCMEC, que lo apuntó como sospechoso.
El sistema NCMEC, colabora hace más de una década con la Justicia argentina; depende del Congreso estadounidense y su función es rastrear el tráfico de material pedófilo en redes y plataformas de mensajería. Así, un equipo de detectives rastreó sus conexiones y trianguló su señal, hasta llegar a Soibelzon.
La causa en su contra, ordenada por la fiscal Cecilia Corfield, era por el delito de captación de niños a través de medios electrónicos. Es decir, grooming. Así, la Dirección Investigaciones Cibercrimen del área de Delitos Complejos de la Bonaerense se llevó su celular, sus dos computadoras, entre otros elementos. El imputado también fue detenido y permanece en una celda, preso.
Arrestos como éste son frecuentes a lo largo del país. Redadas como la que capturó a Soibelzon, con audltos que trafican material prohibido, en donde se rescatan a posibles víctimas, se repiten mes a mes.
Pero la historia de Soibelzon es un poco distinta.
Para empezar, no era su primera vez tras las rejas. En mayo de 2012, el fiscal Juan Cruz Condomí Alcorta de la UFI N°12 de La Plata ordenó su arresto por supuestamente violar a dos chicos de 14 en una casa cercana al Parque Castelli. Se negó a declarar en aquel entonces. Ya tenía antecedentes por corrupción de menores, de acuerdo a un recorte del diario El Día. La propia madre de un chico fue quien descubrió su identidad. Poco después, Soibelzon fue preso.
En 1999, el Juzgado de Garantías N°6 lo investigó por el delito de ejercicio ilegal de la medicina. A través de un volante, prometía un revolucionario tratamiento para bajar “diez kilos por mes” a través de un “diagnóstico por el iris”. Soibelzon, para empezar, no era médico.
Lo más escalofriante, esta vez, fue lo que se encontró en una de sus dispositivos, directamente en el allanamiento. Su cuenta de WhatsApp Web estaba abierta. Lo que había allí horrorizó a los detectives.
De acuerdo a un informe del caso, “al momento del ingreso, se encontró una notebook encendida”. A la computadora de Soibelzon se le aplicó lo que se conoce como un triage digital, un análisis preliminar, para determinar el riesgo inmediato de la situación. El riesgo fue evidente.
El informe continúa: “Se constató que estaba activa la aplicación WhatsApp Web, donde se observaron comunicaciones del imputado con al menos 37 menores de edad, incluyendo intercambios de imágenes, mensajes de contenido sexual explícito, expresiones amorosas y conversaciones que evidencian la captación de menores con fines sexuales, en las cuales el imputado se hacía pasar por un menor de 15 años”.
El modus operandi es el mismo que supuestamente empleaba hace 13 años: Condomí Alcorta había descubierto que creaba perfiles falsos en la vieja red ICQ. En aquel entonces, supuestamente obligó a dos chicos a tener sexo entre ellos para observar antes de participar. También, al caer preso, logró infiltrar una computadora dentro de la cárcel para continuar con sus chats.
El teléfono de Soibelzon fue analizado en el mismo triage también: allí, se encontró una serie de fotos pedófilas, además del WhatsApp replicado.
Los tres dispositivos podrán ser analizados en profundidad para determinar sus contenidos, y si, efectivamente, ocurrió un encuentro entre el sospechoso y sus posibles víctimas.