Como si de los nuevos piratas se tratarán, los amantes del submarinismo no lo pueden evitar: siempre son ellos los que encuentran los tesoros ocultos en los mares y océanos. Nuevas especies, reliquias sumergidas, tesoros hundidos... pero hasta ahora nunca ha habido un descubrimiento como este.
Víctor Yazbeck es el protagonista de esta historia, un submarinista que ha elegido el acantilado del Tombant des Amériques para tratar de superar el récord de máxima profundidad. Este acantilado de fama mundial para la práctica del buceo, situado en el extremo de los Alpes Marítimos, en Niza, comienza a 40 metros bajo la superficie y, como si de un descenso al abismo se tratara, alcanza más de los 200 metros.
A pesar de la preparación, este buceador extremo belga, de origen libanés, no conseguirá la hazaña deportiva, pero sí descubrirá el gran secreto que se ocultaba entre las rocas del acantilado.
Hasta 111 metros
“Al volver a subir, la visibilidad era buena, las condiciones eran buenas...”, ha comenzado explicando el buceador a Franceinfo. En un momento dado, había algo que llamó la atención de Víctor: “Veo una botella. Me atrae”.
“Veo que debajo hay un chaleco y noto una forma debajo”, ha señalado el submarinista. A pesar de que aún se encontraba lejos de la silueta, Yazbeck lo tenía muy claro, esa forma solo podía significar una cosa: “¡Sabía que a 111 metros vi un muerto bajo el agua!”.
La gendarmería marítima de Niza ha sido informada de este sorprendente testimonio. El director al mando de la investigación fue Yann Bessac. “Mientras recorría los muelles y los clubes de buceo de Niza, hay una historia que destaca: la de dos buceadores desaparecidos en 1993 durante la caída de los americanos”, ha relatado Bessac cuando dio comienzo la investigación.
El testimonio de Víctor Yazbeck podría encajar con la historia de 1993. “Pero para estar seguro, hay que ir a ver a más de 100 metros bajo la superficie”, ha explicado el director. Para proseguir con la investigación, el suboficial Bassec se puso en contacto con la Armada francesa y con una de sus unidades especializadas: Cephismer (Centro experto en buceo humano e intervención submarina).
Unas 8 horas de investigación
Los militares se pusieron en marcha desde Toulon (ciudad francesa) a bordo del Jason, un imponente remolcador de alta mar. En la cámara trasera del barco se instaló el sistema Diomede, que permite desplegar un robot submarino (ROV) capaz de trabajar a gran profundidad con velocidad, a pesar de las bajas temperaturas.
Una vez alcanzada la profundidad deseada, el robot comenzó la exploración del entorno, casi en la oscuridad total, a lo largo de un vertiginoso acantilado que dificultaba mucho la visibilidad. Con los ojos pegados en las pantallas del ordenador, los operadores intentaron identificar la forma descrita por Víctor.
Después de ocho horas revisando las imágenes, apareció una sombra. “Entre dos rocas, primero empezó a emerger una silueta”, ha indicado Bassec. “Un tanque de buceo, un traje que realmente tenía forma humana, las aletas...”, ha sido lo que estaba registrando el robot. El buceador que Víctor Yazbeck vio unas semanas antes seguía allí.
Pero todavía quedaba un paso crucial: volver a ensamblar los restos y luego realizar los distintos análisis para poder confirmar las identidades. Los trajes de buceos eras muy específicos y estaban, sorprendentemente, muy bien conservados. “No dejaron lugar a dudas”, ha dicho el suboficial.
Al cabo de unas semanas, las pruebas de ADN confirmaron lo previsto: se trataba de los dos buceadores perdidos hace ya 30 años, Daniel Varnier y Christian Thubet, el 4 de diciembre de 1993. Este descubrimiento permitirá a sus familiares y seres queridos completar su luto.