El equipo de Úbeda sufrió, pero se impuso por 1 a 0 y se metió entre los cuatro mejores del fútbol argentino. Espera por Racing o Tigre.
La imagen final, del momento exacto en que el partido terminó, es la que trasciende tiempos y generaciones y la que identifica el sentimiento popular del hincha de Boca. Ese "Dale Boca, dale Bo", que salió del alma de cada uno de los hinchas que latieron al compás de un partido que se vivió al límite, bien podría contextualizarse en décadas pasadas, incluso de las que sólo tienen registro en blanco y negro. El equipo de Úbeda se impuso por 1 a 0 y se metió entre los cuatro mejores.

Y el contraste con tiempos no tan lejanos es tan elocuente que sorprende, y deja en evidencia que cuando en el fútbol se intenta sentenciar antes de tiempo, se puede fallar y con holgura. Es que este Boca semifinalista del Clausura con seis victorias consecutivas no llegó donde llegó de casualidad, y pese a todo lo que sufrió para sostener el tempranero gol de ventaja de Ayrton Costa, en la victoria 1 a 0 ante Argentinos volvió a mostrar pasos adelante en su crecimiento como equipo, además de las cuestiones que quedarán para trabajar en la semana.


Primero, en algo que tal vez se haya avizorado en los partidos anteriores, pero que esta vez -sobre todo en el primer tiempo- se vio nítido: Boca aprendió a pelear, pero con el concepto general basado en la solidaridad de cada uno de sus jugadores.
Así, por ejemplo, una escapada desde su propio campo de Alan Lescano tuvo que superar tres escollos que lo fueron mermando antes de entrar al área. Y claro, cuando llegó el turno de enfrentarse con el firme Lautaro Di Lollo ya su carrera estaba condicionada por los cruces insuficientes pero desgastantes de Ayrton y de Leandro Paredes en los segundos previos.

Entonces -en esa jugada y en otras similares- Boca sale jugando. Y Paredes maneja la pelota buscando cuál es la mejor opción posible, así sea un pase a dos metros a Milton Delgado. Y siempre está la chance de aprovechar al Changuito Zeballos en velocidad, o confiar en que la potencia de Miguel Merentiel tendrá el oportunismo para quedarse con un mal despeje y generar alguna jugada de gol. Y Lautaro Blanco va, y hasta el chileno Palacios está contagiado y mete y corre y suma confianza para volver a estar cerca del gol.
No es lo que se dice un equipazo, al menos en comparación con otros que hicieron felices al Templo en tantos años de gloria, pero sí que contagia y es efectivo. Y descripto a partir de esa imagen que dio, la diferencia con partidos de este mismo torneo es elocuente y explica por qué hoy el Xeneize es -además- confiable.

Otra materia aprobada tiene que ver con una imagen tal vez opuesta, pero que sacó a relucir una virtud. Boca también sabe sufrir, y casi que en el frío y lluvioso domingo ante el Bicho sacó un máster en la materia. Los innumerables centros que llovieron desde los dos laterales, la posesión perdida, el cansancio por tanto trajín de los primeros 45 (que merecieron alguna ventaja extra) y el par de chances que sacó Marchesin en el tal vez su mejor partido en el club, demostraron que el temple para no perder confianza y mantener la concentración para no ayudar con errores no forzados son producto también del conocimiento y el ensamble como equipo.
Sí, distinta hubiera sido la historia si Molina acertaba el cabezazo a minutos del final, o si Porcel ganaba el mano a mano que perdió ante el arquero xeneize. Pero ahí el otro condimento también dijo presente: el de la buena estrella que ayude a ganar con un pizca de suerte. Suerte que en un par de semanas puede ser de campeón si Boca se hace fuerte en consolidar el juego que fluye cuando se ilumina Paredes y el resto sabe acompañarlo. Y que tiene en las virtudes de esta victoria clave dos bases sólidas para soñar.