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Paredes rojas, una cruz de 2 metros y esposas: así era el calabozo del sexo del financista detenido en EEUU

Metropolitan Tower. Un penthouse en una torre de lujo en el midtown de Manhattan. En la habitación superior, desde la que se tiene una vista memorable de la Gran Manzana, una escenografía particular. Paredes rojas, insonorización, una cama enorme, cepos, una cruz de casi dos metros, esposas y grilletes, juguetes sexuales de todo tipo, lubricantes, dispositivos para asfixiar a una persona, picanas eléctricas, ropa de cuero y látex tirada en los rincones. Esa habitación tiene un nombre: “El calabozo del sexo”. O, al menos, así la llama el inquilino que alquila el lugar (y lo acondicionó de esa manera) desde hace diez años.

En los últimos días se ha convertido en uno de los sitios del que más se habla en todo Nueva York.
Allí, durante una década, Howard Rubin, un reconocido financista de Wall Street, llevó mujeres jóvenes que contrataba por intermedio de su secretaria y las sometió a las más variadas prácticas sadomasoquistas. Las mujeres eran golpeadas, ahorcadas, violadas.
Exconejitas de Playboy, modelos, aspirantes a actrices desfilaron por el penthouse. Ahora diez de ellas han acusado a Rubin ante la justicia. Una semana atrás fue detenido en su amplio y lujoso rancho en Connecticut. La fiscalía presentó 10 cargos en su contra que van de ataque sexual, violación y trata. El juez le denegó la fianza temiendo que con su inmenso poderío económico (solo en las Islas Caimán una cuenta a su nombre contiene 75 millones de dólares) pudiera fugarse u obstruir a la justicia.
Un nuevo caso como en el de Jeffrey Epstein en el que se cruzan las altas finanzas, el sexo, los abusos.
El hombre de los grandes negocios, el que apostaba fuerte y nunca temía, ha caído. Y está acusado de delitos aberrantes.
“¿La ahorcaste? No me quiero imaginar lo que hiciste con esa mujer en esa cruz”, escribió Jennifer Powers, su asistente, al WhatsApp de Rubin, en uno de los muchos mensajes y mails que constan en la causa judicial. Él, semanas después, le mandó un correo electrónico a su secretaria quejándose de que el dispositivo con el que aplicaba descargas eléctricas a sus víctimas estaba perdiendo potencia. Otro mensaje describía a una de las mujeres contratadas: “No le gustaba el bondage. Pero la quebré y le hice hacer cualquier cosa, lo que quise”. Sobre otro encuentro se regodeaban de los resultados que obtendrían: “A esta la vamos a hacer llorar fuerte”. En un mail de 2017, Rubin se vanagloriaba frente a su secretaria: “Fue una buena sesión. Los moretones y los dolores le van a durar al menos una semana”.
Bondage, sadismo, masoquismo, dominación, disciplina. Prácticas sexuales extremas que Rubin ejercía con mujeres que contrataba y en las que no solía cumplir con lo pactado previamente y dañaba a sus víctimas.
Cómo llegó Howard Rubin de estudiar ingeniería a ser un “lobo de Wall Street”
Entrados los años 80, Howard Rubin estudiaba ingeniería química pero se aburría. Su vida necesitaba vértigo y menos paciencia. Se mudó a Las Vegas y desafió a los casinos. Contaba cartas y se imponía en las mesas de Black Jack. Después el salto a Nueva York. Comenzó a trabajar en Salomon Brothers, una empresa de bolsa. Se hizo notar muy pronto en Wall Street. La imagen prolija y atildada no hacía presuponer que su estilo para los negocios fuera arriesgado, brutal. Un hombre de apuestas extremas, que jugaba al límite y en muy poco tiempo se forjó un nombre y se convirtió en una especie de leyenda de los mercados. Donde los demás se detenían, él iba por más. Ya fueran acciones, bonos o cualquier tipo de papel que pudiera representar una ganancia. En el primer año en ese nuevo mundo hizo 25 millones de dólares. Nadaba, reconfortado, entre tiburones. Ya era conocido como Howie o simplemente como H: la inicial bastaba para identificarlo. Aplicó lo que había aprendido en Las Vegas con la ventaja de que si prestaba atención y estudiaba, en este nuevo terreno contaba con más información para tomar decisiones. Replicó la lógica, mantuvo la sangre fría, coqueteó con el peligro, pero con mayores argumentos.
En 1989, Michael Lewis -el autor de Moneyball- escribió Liar’s Poker, un libro sobre varios personajes de Wall Street, su estilo de vida y los nuevos (para esos años) modos de hacer dinero. Uno de los retratados es Rubin. Con la publicación obtuvo el primer reconocimiento público. Se convirtió en una módica celebridad. A los pocos años volvió a aparecer en los diarios y las revistas especializadas. Ya trabajando para Merrill Lynch su audacia llevó a la empresa al borde del colapso. Contra las indicaciones de sus superiores, hizo una gran movida con bonos riesgosos e hipotecas pero salió mal y la pérdida para la empresa fue de 250 millones de dólares con investigación federal incluida sobre los procedimientos adoptados. Eso no detuvo a Rubin que cambió de firma. Estuvo en Bears Stearns hasta la caída del banco en 2008. A partir de ese momento gerenció los fondos de inversión de Soros por casi una década.
En paralelo, Howard Rubin solía mostrarse junto a su esposa y madre de sus tres hijos, Mary Henry (antigua financista de Wall Street), en cuanta gala benéfica existiera. El Lobo de Wall Street se había transformado en un reconocido filántropo.
Lo que muy pocos sabían era que paralelamente tenía montada una red de contratación de mujeres para que le prestaran servicios sexuales con prácticas sadomasoquistas muchas veces no consensuadas o que superaban ampliamente los límites de lo acordado.
En 2017 tres mujeres lo denunciaron ante la justicia civil. Rubin negó los hechos pero terminó siendo condenado a pagar 3.9 millones de dólares. Hubo otros acuerdos extrajudiciales. El monto de lo pagado en esa oportunidad se supone excedió los diez millones de dólares. Las denuncias y los problemas judiciales no detuvieron sus prácticas.
En un principio según las denuncias, Rubin arreglaba estos encuentros en exclusivas suites en hoteles de lujo. Pero los gritos, las quejas de los vecinos y los daños en las habitaciones lo convencieron de buscar algo más reservado.
Allí fue cuando mudó la sede de sus encuentros BDSM al penthouse de la Metropolitan Tower donde acondicionó su “Calabozo del sexo”. Durante una década pagó 18 mil dólares al mes por su alquiler.
Ante las acusaciones de crear una red de tráfico sexual, Rubin insiste en que es inocente y que se trató de prácticas consensuadas. Como prueba mostró convenios firmados con las mujeres en los que se establecía que ellas aceptaban participar en prácticas BDSM, el pago, que existía una palabra de seguridad que una vez dicha produciría la finalización del encuentro y que en caso de violar la confidencialidad del encuentro la multa a pagar por ellas sería de 500.000 dólares.

Fuente: Diario Panorama
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