Con un presente arrollador tanto en la televisión como en el streaming, Mario Pergolini continúa demostrando su vigencia y carisma frente a la cámara. Reconocido por su humor ácido y su mirada siempre aguda, el conductor volvió a ser centro de atención, esta vez desde su ciclo Dejá que entre el sol (Vorterix), donde compartió una anécdota personal que desató carcajadas dentro y fuera del estudio: su inesperada y, según él mismo relató, particular incursión en el mundo del pilates.
El relato comenzó con ese estilo inconfundible que mezcla ironía, autocrítica y una cuota de franqueza que conecta al instante con la audiencia. “Empecé a hacer pilates con un montón de señoras del barrio. Y mi experiencia es que era más exigente de lo que yo creía. Yo pensé que iba a estar con un montón de señoras del barrio, yo el único hombre ahí estirándome, pero no, de golpe te dicen: ‘Bueno, ahora ponemos el resorte en posición cuatro’. Y pensas: ‘Boludo, se me está desgarrando el ort..., no puedo más”, relató Pergolini provocando la risa inmediata de su equipo y de quienes seguían el programa desde sus casas o dispositivos móviles.
La charla siguió con la participación de Camila Fortunato, miembro del panel y cómplice en el aire, quien no tardó en sumar su propia experiencia: “Me pasó exactamente lo mismo. Dije: ‘Qué bueno, voy a hacer un hada, voy a estirar el huesito, va a hacer crack, crack’”. Entre risas y gestos de incredulidad, el conductor redobló la apuesta: “No, no, no, es peor que ir al gimnasio. Sí, es peor que ir al gimnasio”.
El intercambio dejó en claro que el pilates, lejos de ser la actividad relajada que anticipaban ambos, se transformó en un verdadero desafío físico. Camila lo admitió sin filtros: “Hice más en una clase de pilates que en un mes de gimnasia”. El animador, lejos de quedarse callado, le respondió con nuevas imágenes de su odisea: “Es una cama. Un señor inventó esa cama que tiene como unos resortes del otro lado con peso o son cada vez más tirante. Puede que lo que estás haciendo a lo mejor tenga más resistencia y vos decís: ‘Qué lindo para la espalda’. Sí, hasta que tenés que estirar y te duele el pie, el brazo. Nunca levantas el abdomen, porque soy un señor grande, mayor, que tiene una panza con contenido graso insoportable y no lo puedo lograr. Y el tipo dice hasta donde puedas y decir boludo, no me puedo mover. ¡No es hasta donde pueda!”.
El diálogo entre ambos se nutrió de confesiones sobre la actividad deportiva. Camila describió, divertida y notablemente agotada, una de las pruebas de fuego que le impuso la disciplina: “Hasta donde puedas y yo no puedo. En un momento también hay como unas sogas que también tienen peso y te las enganchás. Tenés que ponerte de costadito”.
Las anécdotas no terminaban y Mario remató: “Nunca pensé que una soga pesaba tanto”. Camila, entre risas y resignación, agregó: “Dios mío. Y tenés que enganchártela. No puedo ni mostrarlo porque es imposible. Físicamente imposible. Y enganchás en el pie y tenés que con una pierna sostenerte con la otra, hacer fuerza... Es tremendo. Me duele todo. Me río y me duelen los abdominales.”.
El estudio de Vorterix se convirtió entonces en escenario de una catarsis colectiva, con ambos conductores reconociendo sus límites y exponiendo, con humor y naturalidad, los desafíos que supone iniciarse en una disciplina como el pilates después de los 50. “Ahí el maestro”, cerró Pergolini, homenajeando al instructor responsable de esa experiencia inolvidable.
Así, la charla sobre pilates, resistencias inesperadas y dolores compartidos fue mucho más que un simple espacio de humor en medio del ciclo: ofreció un espejo en el que cualquiera puede verse reflejado y reivindicó, una vez más, el genio para narrar pequeñas grandes historias cotidianas que distingue a Pergolini.