Boca Juniors puso fin a una racha nefasta y vergonzante que lo marcó durante los últimos 12 encuentros. Ese triunfo 3 a 0 ante Independiente Rivadavia no solo sirve para sumar puntos y volver a la zona de Copas, sino que también representa un respiro emocional para un club que necesitaba recomponer lazos con su gente y pensar a futuro con optimismo.
La victoria, aunque importante, no fue casualidad. El equipo de Miguel Ángel Russo mostró una evolución en su juego: un orden táctico más lógico, menos desacoples respecto al último partido ante Racing, Battaglia colaborando junto a Paredes, Palacios más activo y un equipo enfocado en mantener intensidad y disciplina defensiva. Aguirre tuvo quizá su mejor actuación desde su llegada, mientras que Paredes se soltó más y Palacios mostró arranques desequilibrantes que habían faltado en las últimas semanas.
El primer gol, un tanto carambolesco tras un centro de Paredes que pegó en Bottari y luego en Centurión, abrió el marcador y facilitó la mejora colectiva del equipo. Sin embargo, el triunfo no fue completo: Independiente presionó en gran parte del segundo tiempo, y Boca tuvo que defender con rigor mientras buscaba contraataques con Zeballos y Giménez. Merentiel y Cavani, en tanto, siguen siendo puntos a mejorar en la ofensiva.
El 3-0 final, con goles de Zeballos, Changuito y Velasco, sirve como un resultado celebratorio, aunque no refleja por completo las dificultades que tuvo el equipo para sostener la ventaja. Aun así, el Xeneize encontró un modelo de juego y una estructura de equipo sobre la que podrá trabajar para no repetir errores del pasado y cortar de raíz las malas rachas.
En definitiva, la victoria no solo significa el fin de una serie histórica sin triunfos, sino también la posibilidad de reconstruir confianza y proyectar a Boca hacia un futuro más sólido tanto en lo futbolístico como en lo institucional.